Jean
Antoine Marie Nicholas de Caritat, Marqués de Condorcet (1743-1794) era
el hj/o mayor de una antigua familia de la nobleza francesa. Formado
como matemático, escribió una serie de tratados técnicos al principio de
su carrera y colaboró en la gran Enciclopedia francesa. Fue miembro de
un reducido círculo de filósofos y científicos franceses que
popularizaron la ilustración. Aunque ocupaba el cargo de inspector
general de la Real Casa de la Moneda , Condorcet apoyó con entusiasmo la
Revolución Francesa y llegó a ser ministro de la Asamblea Legislativa
revolucionaria. Interesado en la reforma de la educación, redactó el
borrador de un plan de financiamiento de las escuelas públicas e
independientes. También apoyó la creación de la República , pero se
opuso a la ejecución de Luis XIV. Su talante moderado le enfrentó a los
jacobinos radicales. Fue arrestado y en 1793 se convirtió en fugitivo.
Al final le detuvieron después de una espectacular persecución y murió
en la cárcel.
Condorcet escribió El progreso del espíritu humano
mientras estuvo escondido. Pensaba que el ser humano tiene unos inicios
salvajes, pero la humanidad progresa deforma ininterrumpida hacia un
estado de perfección. La educación ilustrada es de importancia capital
para este progreso, mientras que la monarquía y la religión lo
dificultan. La obra representa una de las declaraciones de fe en la
ilustración más importantes de la época.
Si el hombre puede predecir, casi con total
seguridad, los fenómenos cuando conoce sus leyes, y si, incluso cuando
no las conoce, puede predecir el futuro con mucha probabilidad de éxito
gracias a su experiencia del pasado, ¿por qué, entonces, habría de
considerarse empresa fantástica la de trazar, con cierta pretensión de
verdad, el destino futuro del hombre a partir de su historia?
El único fundamento de la creencia en las ciencias
es la idea de que las leyes generales, conocidas o desconocidas, que
rigen los fenómenos del universo son necesarias y constantes. ¿Por qué
iba a ser menos cierto este principio en lo que se refiere al desarrollo
de las facultades intelectuales y morales del hombre que para las otras
operaciones de la naturaleza? Dado que unas creencias fundadas en la
pasada experiencia de condiciones similares proporcionaron la única
regla de conducta de los hombres más sabios, ¿por qué habría que
prohibir al filósofo que basara sus conjeturas en estos mismos
fundamentos, siempre que no les atribuya una certeza superior a la que
pueden asegurar el número, la constancia y la exactitud de sus
observaciones?
Nuestras esperanzas sobre la futura condición de la
estirpe humana se pueden resumir en estas tres importantes cuestiones:
la eliminación de la desigualdad entre las naciones, el progreso de la
igualdad dentro de cada nación y el verdadero perfeccionamiento de la
humanidad. ¿Llegarán algún día todos los pueblos al estado de
civilización que ya han alcanzado los más ilustrados, los más libres y
los menos cargados de prejuicios, como los franceses y los
angloamericanos? ¿Desaparecerá poco a poco este vasto abismo que separa a
estos pueblos de la esclavitud de las naciones regidas por monarcas, de
la barbarie de las tribus africanas, de la ignorancia de los salvajes?
Si observamos el estado actual del globo vemos en
primer lugar que en Europa los principios de la constitución francesa
son ya los de los hombres ilustrados. Los vemos demasiado difundidos,
profesados con demasiada seriedad para que sacerdotes y déspotas puedan
evitar que penetren progresivamente hasta en las cabañas de sus
esclavos. Estos principios despertarán muy pronto en estos esclavos un
resto de sentido común y les inspirarán esa indignación ardiente que ni
siquiera la permanente humillación ni el miedo pueden sofocar en el alma
de los oprimidos.
Llegará entonces el momento en que el sol brillará
sólo sobre los hombres libres que no conocen otro dueño más que su
razón; en que los tiranos y los esclavos, los sacerdotes y sus
instrumentos estúpidos o hipócritas sólo existirán en las obras de
historia y de teatro; y cuando sólo pensaremos en ellos para apiadamos
de sus víctimas y de aquellos a quienes embaucaron; para mantenemos en
estado de vigilancia I pensando en sus excesos, y para aprender a
reconocer y así destruir, con la fuerza de la razón, las primeras
semillas de la tiranía y de la superstición, por si alguna vez osaran
reaparecer entre nosotros.
Al examinar la historia de las sociedades habremos
tenido ocasión de observar que a menudo existe una gran diferencia entre
los derechos que la ley reconoce a los ciudadanos y los derechos de que
en realidad disfrutan y, también, entre la igualdad que establecen los
códigos políticos y aquella que existe de hecho entre los individuos; y
habremos observado que estas diferencias fueron una de las causas
principales de la desaparición de la libertad en las repúblicas
antiguas, de las tormentas que las perturbaron y de la debilidad que las
entregó a los tiranos extranjeros.
Estas diferencias tienen tres causas principales:
la desigualdad de riqueza, la desigualdad de condición social entre el
hombre cuyos medios de subsistencia son hereditarios y el hombre cuyos
medios dependen de los años que viva o, mejor, de aquellos años de su
vida en que puede trabajar, y por último, la desigualdad en la
educación.
Necesitamos, pues, demostrar que estos tres tipos
de desigualdad real deben disminuir constantemente sin por ello llegar a
desaparecer del todo, porque son el resultado de causas naturales y
necesarias que sería absurdo y peligroso pretender erradicar; y ni
siquiera se podría tratar de hacer que sus efectos desaparecieran por
completo sin introducir fuentes de desigualdad aún más fecundas, sin
asestar golpes más directos y más funestos a los derechos del hombre.
Con todo este progreso de la industria y del
bienestar, que establece una mejor proporción entre las facultades de
los hombres y sus necesidades, las sucesivas generaciones tendrán
mayores posesiones, sea como resultado de este progreso o gracias a la
preservación de los productos de la industria; y así, como consecuencia
de la constitución física de la especie humana, el número de personas
aumentará.
Hay en las ciencias otro tipo de progreso no menos
importante: el perfeccionamiento del lenguaje científico, tan vago y
oscuro en la actualidad. A esta mejora se le puede atribuir que las
ciencias se conviertan en genuinamente populares, incluso en sus
rudimentos elementales.
El genio puede triunfar sobre la inexactitud del
lenguaje como sobre otros obstáculos y reconocer la verdad a través de
la extraña máscara que la oculta y disfraza. Pero el que no tiene .más
que escasos momentos de ocio para dedicar a su educación ¿cómo puede
dominar y retener las verdades más simples si están distorsionadas por
un lenguaje impreciso? Cuantas menos sean las ideas que sea capaz de
adquirir y combinar, más necesario es que éstas sean precisas y exactas.
No dispone de conocimientos guardados en la mente a los que pueda
recurrir para protegerse del error, y su capacidad de interpretación,
que no ha sido fortalecida ni pulida por una larga práctica, no puede
captar los débiles rayos de luz que consiguen atravesar las
oscuridades y las ambigüedades de un lenguaje imperfecto y vicioso.
Una vez que las personas se hayan ilustrado sabrán
que tienen derecho a disponer de su propia vida y de sus riquezas como
decidan; aprenderán poco a poco a considerar la guerra como el azote más
espantoso, el más terrible de los crímenes. Las primeras guerras en
desaparecer serán aquellas a los que los usurpadores arrastraban a sus
súbditos para que les defendieran sus presuntos derechos hereditarios.
Los pueblos descubrirán que no pueden conquistar a
otros pueblos sin perder su propia libertad; que unas confederaciones
permanentes son el único medio de preservar su independencia; y que no
deben buscar el poder sino la seguridad. Poco a poco se desvanecerán los
prejuicios mercantiles, y una falsa idea de interés comercial perderá
su temible poder que otrora tuvo de ensangrentar la tierra y arruinar a
los pueblos con el pretexto de enriquecerles. Cuando por fin las
naciones convengan en los principios de la política y de la ética,
cuando por su propio interés inviten a los extranjeros a compartir en
igualdad todos los beneficios de que disfrutan gracias a la naturaleza o
a su industria, todas las causas que originan y perpetúan los odios
nacionales y envenenan las relaciones entre los pueblos desaparecerán
una tras otra; y nada quedará que incite o provoque la furia de la
guerra.
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